viernes, 22 de febrero de 2008

En el ojo del huracán

Los huracanes son fenómenos atmosféricos que arrasan todo aquello con lo que se encuentran, al provocar vientos de velocidad superior a los 100 kilómetros por hora. Pero curiosamente, en estas extraordinarias manifestaciones de la naturaleza todo aquello que está en su centro, permanece en la más absoluta tranquilidad, apartado, simplemente como testigo del caos que su “envoltura” está provocando, viendo como sin poder hacer nada, todo lo que le circunda se torna anárquico.



Siempre hay una época en la vida de todos y cada uno de nosotros, bien soñadores o insomnes, en la que no elegimos nuestro destino. Uno de estos huracanes se cruza en el camino, pero no nos lanza por los aires, sino que nos rodea, poco a poco. A pesar de estar aparentemente indefensos, amenazados por lo inesperado, nos mantenemos en pie, sin ceder a entrar en la espiral de destrucción que se provoca. Somos espectadores ajenos de nuestras propias vidas, pero desde el ojo del ciclón, extrañamente, mantenemos la calma. Esto no tiene que ver con nuestro libre albedrío. Simplemente es la forma de ser del superviviente. Del buscavidas. De aquel que por muy fría y gris que sea la tempestad siempre busca un rayo de sol.

El hombre sabio usa toda su vida para encontrarse a sí mismo, busca lugares tranquilos donde meditar, reflexionar. Pero muchas veces, sólo en el centro del kaos, en el climax del Ragnarok, consigue descubrirse, deshacerse de las vainas que le llevaban tiempo cubriendo, que le impedían ver con claridad. Es entonces cuando el hombre deja de ser hombre y resurge el guerrero.

viernes, 15 de febrero de 2008

Míticos

De no ser por ellos el mundo sería un lugar aburrido y monótono. En la tele sólo echarían documentales y los periodistas del corazón pasarían más hambre que un celiaco en una panadería. ¿Quiénes? Esos. Los míticos, los inigualables, aquellos que con su carisma han marcado diferencias. No son insomnes ni inmortales, ni tan guapos como yo, pero tienen un…aura que les hace ser especiales y brillar con luz propia.

Si el tiempo o más bien la falta del mismo no lo impiden dentro de muy poco contaremos con otro nuevo microespacio en los cada vez más repletos ARCHIVOS DEL PAYONAUTA. ¿Quién será el primer protagonista de esta sección? ¿Qué selecto personaje pasará a inaugurar este grupo de MÏTICOS? Manteneos despiertos y atentos a esta url.

martes, 5 de febrero de 2008

En las alturas

MONÓLOGO 4: SOY ALTO (PARTE 1) (por Alberto Payo)

Buenas noches, amigos. Tengo que haceros una confesión: soy alto. Sí, sí, soy alto. Ahm, que ya os habíais dado cuenta…Veo que no os falta perspicacia.

La verdad es que es curioso, porque esto de ser alto está claro que salta a la vista, pero es uno de los pocos rasgos físicos que la gente se atreve a comentar delante de tus narices, que no se callan para cuchichear a tus espaldas, vamos. Es muy común que te pasen cosas como las siguientes: Te presentan a alguien y suelta un “Jo, qué chico más alto”. Conoces a una tía en la discoteca y lo primero que te dice es “¡Hala, qué alto eres!. ¿No?”. O te puede ocurrir, cuando estás mucho tiempo sin ver a una persona, que salga de su boca un “No te recordaba tan alto. ¿Has crecido?”.
Imagínenaos que hiciéramos lo mismo, pero con otras cualidades. Te presentan a alguien y sueltas un “Jo, qué chica más fea”, conoces a una tía en la discoteca y lo primero que le dices es “¡Hala, qué pedazo de tetas más grandes tienes!, ¿No?” o estás mucho tiempo sin ver a una persona y sale de tu boca un “No te recordaba tan jodidamente gordo. ¿Has ganado tres tallas?”…

Supongo que la gente te lo dice así, sin tapujos, porque creen que es algo positivo y que ser alto es guay. Ellos piensan: “Joder, tío, cómo mola ser alto” y ellas “A mí me encantan los hombres altos”.
Pero voy a ser sincero con vosotros: ser alto no tiene tantas ventajas como pueda parecer. No, no, no… Realmente está más lleno de inconvenientes que otra cosa. De hecho, en estos años que llevo en las alturas sólo le he podido sacar cuatro rasgos beneficiosos al asunto…

Uno de ellos es la anticipación climatológica. Los altos podemos ser maravillosos Pacos Montesdeoca o Marios Picazo. De hecho, somos los primeros en conocer la existencia de los fenómenos meteorológicos. Si va a empezar a llover o a nevar seremos los que nos adelantemos y se lo comuniquemos a los demás, ya que somos los primeros a los que nos afectan las inclemencias del tiempo -porque estamos más arriba que el resto, claro está, y nos caen antes las gotas, granizo o… ¡¡¡aerolitos!!!

El segundo aspecto positivo sería el de la facilidad con la que ligamos con las “maduritas”, o sea con las amas de casa y abuelas. Tú, tiarrón, vas al supermercado tranquilamente con tu lista de la compra esperando tener una jornada calmada, pero ¡¡no!!. Siempre hay una maruja al acecho que te dirá “Perdona guapo, ¿me puedes alcanzar el tomate, que yo no llego…?”. Es matemático, nunca falta esa señora que casualmente necesita algo de la última balda, porque mira que hay marcas, pero la mujer tiene que coger precisamente la de más arriba. Y allí estás tú para echarle un cable. Como igualmente estás cuando llegas a tu casa y en el portal te encuentras a la anciana vecina del tercero. “Oye, muchachote, ¿Me puedes ayudar con las bolsas, que pesan mucho?”. Y así te ves: cargado con sus bolsas y con las tuyas, sonriendo falsamente y cagándote en el presidente de la Comunidad por no querer poner ascensor, mientras la vecina mira el vaivén de tu trasero ascendiendo por la escalera.
A veces hasta tienes suerte y la susodicha vecina del tercero es una ejecutiva cuarentona, divorciada, operada de pecho y con mini falda, que sube por la escalera, además delante tuya, después de pedirte que le saques la compra del maletero de su deportivo. Entonces el presidente se convierte en tu ídolo…

La tercera ventaja sería el tema de la conservación del pelo. Estadísticamente un tío alto tarda más en quedarse calvo que uno bajo. “Menuda gilipollez”, estaréis pensando. Para nada. No voy a sacar el argumento de que un alto conserva más tiempo el pelo que un bajito porque los pelos que se le caen tardan más en llegar al suelo. Eso lo hemos utilizado ya… ¿Acaso se han creído que soy un monologuista de segunda?
Es por la sencilla razón de que la gente no tiene un acceso visual tan rápido a la azotea de alguien que mide más que la media. Normalmente siempre te fijarás en la calva, entradas o cartón de alguien que está por debajo de ti. Así que si te empieza a clarear el pelo de la cabeza, o a despoblarse tu coronilla la gente no se dará cuenta tan fácilmente. Estáis de suerte, tíos grandes.

Por último, lo última cosa positiva que se puede sacar de ser alto es que esta cualidad en particular eclipsa al resto. Por ejemplo, tú puedes estar algo gordo y ser alto, para la gente serás “el alto”. Puedes tener la nariz grande y ser alto, para la gente seguirás siendo “el alto”. Puedes tener unicejo y ser alto, que vas a ser igualmente “el alto”. Es como un comodín. Es parecido a lo que le pasa a los monarcas: todo el mundo se olvida de que eres gilipollas, soso y feo, porque “sigo siendo el reyyyyyy, ay, ay, ay, ay…” (canta).Y así para todo. Es por eso que los altos somos más guapos y los bajos son gordos, narigudos y unicejos.

Como os decía ser alto tiene más inconvenientes que desventajas. Y son tantas que lo que haremos será comprimirlas en una única noche de juerga:

Las 11 del sábado noche. Tú, alto desde los 16, sales de tu casa tras haber ingerido una cantidad importante de alimentos en la cena. Tu madre te ha atiborrado diciéndote pese a tu cercanía a los 30 años y a los 2 metros “Come hijo, que aún tienes que crecer”. Te montas en el ascensor -porque eres de los que tienen suerte y no tienen que subirle las bolsas a la vecina del tercero- y, como siempre, adoptas una posición achepada para caber en el mismo y no chamuscarte el tupé con las luces del entechado del artilugio.

Cual es tu sorpresa que, cuando vas a salir a la calle, ¡¡está lloviendo!!. El camino al metro es arduo. Hay que esquivar decenas de paraguas girantes y gigantes que amenazan con rebanar tu gaznate, altura por la que te llegan dichos accesorios antilluvia de la mayoría de viandantes. Es una tarea complicada, arriesgada, y para la que los altos nos entrenamos desde nuestra mocedad.

Tras unos ejercicios de esquive, dignos de un combate entre Tyson y Hollyfield, llegas al metro. No podía faltar, por supuesto, ese angosto pasillo lleno de chicles en el techo, que rozan con tu recién esparcida gomina. “Puu, puu…”. “Coño, parece que viene un tren” Así que decides, con la cabeza gacha, correr por el pasillo y gracias a tus piernas largas alcanzas el tren, que ya se iba. Entras a toda prisa y te agachas para entrar al vagón, consciente de que los quicios de las puertas automáticas han sido causas de muchos de tus chichones. Pero, por el ajetreo y las prisas,¡¡¡clonc!!! se te olvida agacharte una segunda vez y ahí está una reluciente barra metálica para impactar con tu frente y provocar las risas de los ocupantes del tren.

Pasadas un par de estaciones el vagón se empieza a llenar y entonces es cuando ni Dios consigue llegar a las barras… por lo menos no a las metálicas, que hay algunos que enganchan la barra de pan. Así que ¿a quién se agarran?. Al alto, lógicamente. “Eso, eso, que él no se cae” Claro, es que de toda la vida los altos tenemos un sentido del equilibrio natural, ¿no?. Mira Dueñas que andares tan gráciles tiene…